ECOS DEL AMANECER
Por: Deborah Leal Rodrigues
1. Cambio
de siglo, nueva era en el pensamiento ambiental
El Siglo XXI trae consigo la marca de un cambio de
era, elemento que determina la revisión de los conceptos y la integración de
visiones en nuevos paradigmas de pensamiento y ciencia que abordan directamente
las realidades y sus procesos permanentes de reconstrucción. Desde nuestra
experiencia, en los escenarios de las luchas de los movimientos sociales, se
viene construyendo un pensamiento ambiental desde la praxis, que en si mismo,
configura una expresión de un Humanismo Latinoamericano, al considerar, al ser humano no como el
centro, sino como parte de un continuum naturaleza-ambiente-seres vivos,
en integración y con sus formas propias de adaptación a los diferentes
ambientes.
El fenómeno contemporáneo se concretiza por la
resignificación de culturas y saberes culturales, y por la necesidad de
sobrevivencia y reconstrucción de toda la vida. Las visiones culturales pasan a
ser el caldo de cultivo en el cual recursos y procesos del ambiente dejan de
ser vistos y tratados, desde el poder e intereses económicos prevalentes,
simplemente como integrantes de una cadena económica.
Es de esta forma que el pensamiento ambiental y el
humanismo emergentes contradicen el concepto clásico de desarrollo como un
fenómeno meramente económico, en el cual las posibilidades de futuro de una
sociedad radican únicamente en la conquista de espacios crecientes de libertad,
bienestar y participación democrática, fundamentados solamente en el crecimiento
económico, entendido como un aumento constante en el producto per cápita.
En la década de 1970, la Alianza para el Progreso
ganaría fuerza al reconocer la incapacidad de los países latinoamericanos para
autoabastecerse y establecer intercambios con países extranjeros mediante
las exportaciones agrícolas, además de
la insuficiencia para concentrar capital a fin de acelerar su autodesarrollo
industrial. De ahí, la necesidad de la cooperación técnica y de los préstamos
para el desarrollo del sector.
La modernización de la agricultura en los países latinoamericanos
contribuyó, en gran parte, para la destrucción del ambiente y de los sistemas
tradicionales de cultivo de los pueblos indígenas; además, para el
endeudamiento de los países con el Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco
Interamericano de Desarrollo (BID) y Banco Mundial. Estos organismos
financiarían gran parte de la investigación destinada a modernizar la
agricultura. Las tecnologías agrícolas para los cultivos en América Latina
serían desarrolladas al visar el máximo crecimiento económico, lo que se
lograría más rápidamente por medio de la importación y adaptación de
tecnologías de primer mundo.
Los pequeños agricultores y las minorías étnicas que
formaron parte del proceso fueron llevados a la condición de microempresarios
rurales. En los más diversos escenarios, las unidades productivas dejaron de
atender, sosteniblemente, las necesidades reproductivas familiares, se rompió
el diálogo con la naturaleza y esta se transformó en campo de monocultivos,
cada vez más dependientes de las tecnologías y productos foráneos.
En este sentido, esta era una agricultura que no
tomaría en cuenta los ecosistemas y sus límites; la degradación agroambiental y
de los recursos naturales no era vista, propiamente, como un límite para la
producción; es decir, sería una agricultura de bienes y servicios desarrollados
por las industrias de la maquinaria y agroquímicos del primer mundo.
Este pensamiento y acciones para el desarrollo
económico-céntrico provocó una disminución en la demanda de mano de obra por unidad
de área, lo que favoreció los grandes éxodos rurales de las décadas de
1960-1980, la concentración de la tierra en latifundios, ya que el ciclo de
endeudamiento y pérdida de la tierra por los pequeños campesinos se
intensificó. Al mismo tiempo que, los Gobiernos trataron de reubicar a los
desplazados en asentamientos campesinos, que, normalmente, no tenían tierras
productivas. Además de que, los agricultores no dominarían las tecnologías
tradicionales apropiadas para la región, siendo así vulnerables ante los
cambios tecnológicos. Estos cerrarían el ciclo de pauperización de
agricultores, ambiente y dependencia.
El uso de agroquímicos favoreció al sector industrial
en las dos últimas décadas del siglo XX, y luego al sector financiero. Este
sector, sin embargo, desarrolló tecnologías agroindustriales al margen de los
límites de los sistemas ecológicos y agroecológicos locales y globales, lo cual
provocó una reacción global tardía al Informe de Roma Los Limites del Crecimiento (1971), a la Conferencia de
Estocolmo (1972), y a la publicación del Informe: Nuestro Futuro Común, de la Comisión Brundtland
(1987).
Las diferentes imposiciones e injusticias provocaron
el surgimiento de movimientos sociales que cambiaron los conceptos relacionados
con la tenencia y producción de la tierra. No obstante, hasta la ECO-92 se publicó la Agenda 21,
que reconoce como esencial la promoción de un nuevo modelo de desarrollo
económico, cuya característica principal sea el respeto a la naturaleza. En
este documento, la dimensión ecológica es abordada como condicionante de la
sostenibilidad de la vida en el planeta, motivo por el cual no podría dejar de
ser considerada en los procesos de crecimiento económico de los países.
Los nuevos conceptos relacionados
al pensamiento ambiental parten de la resignificación de la importancia del
entorno en que se vive; en esto se integra la idea de conservar una biosfera en peligro: La biosfera es
la capa más nueva de planeta y depende de un delicado proceso de
autorregulación y de equilibrio de fuerzas. Sus elementos son interdependientes
y dependen de la energía que provee el Sol y otras fuentes cósmicas.
El ser humano en los últimos siglos
-y principalmente en el siglo XX-
ha subestimado la capacidad de autorregeneración de la biosfera y ha apoyado el
desarrollo industrial y agrícola en la explotación de recursos naturales
escasos, sobre todo los recursos energéticos; de esta manera, se aisló de la
fuente de la energía solar, alterando el ciclo de estos recursos y sus
relaciones con los demás elementos de la biosfera.
Uno de los elementos del
pensamiento ambiental, que retoma la sostenibilidad, es el de desarrollo humano y ecológico, el cual
plantea que los daños ambientales y la pobreza perenne producidos por los
procesos de transformación, basados en el conocimiento científico y tecnológico
convencional, así como la lógica que guía el pensamiento económico dominante,
han generado progresivamente la pérdida de una doble armonía y una alteración
básica en el orden jerárquico natural.
En este sentido, el pensamiento
ambiental invita a la necesidad de desarrollar ciencias y tecnologías propias,
a partir de principios ecológicos. Así como, a procurar construir conocimientos
y formar personas que intervengan en la naturaleza para obtener los recursos y
servicios necesarios, que faculten satisfacer las necesidades de sobrevivencia,
sin deteriorar el potencial productivo de los ecosistemas.
Considerando que América Latina
contiene aproximadamente 31% de toda el agua superficial, 46% de los bosques
tropicales y 23% de los bosques del mundo y 10% de la tierra arable, es
importante rescatar el potencial de uso y manejo sostenible de los recursos
renovables ante los recursos no renovables. Fue hasta el desarrollo de la
escuela de la economía ecológica -hace
apenas algunas décadas-, cuando se incorporó el trabajo de la naturaleza
como parte de la cadena económico-productiva. En la economía neoclásica, la naturaleza no existía más allá de ser la
fuente de recursos primarios por ser procesados, siendo estos externalidades
obviadas en los análisis económicos.
Pero dentro de la emergencia de un
pensamiento ambiental latinoamericano, el desarrollo del enfoque de cadena de
la economía ecológica, rápidamente pasó a considerar la
producción de energía primaria de baja entropía en los ecosistemas; la
fotosíntesis y; la producción de
biomasa; que pasaron a ser vistas como parte de un flujo energético, throughput, donde esta energía es
transferida a la producción de insumos con valor de mercado y luego en desechos
de baja entropía, que deben ser procesados por el ecosistema o reintegrados en
la producción de energía y biomasa.
En seguida en concepto de economía de la vida real, pasaría a
reconocer los flujos energéticos de los ecosistemas, donde se encuentran
insertas las actividades económicas. En un esfuerzo conceptual por incorporar,
en un marco analítico, las dimensiones de la realidad objetiva e
intersubjetiva, que afectan el bienestar de las personas, que no han sido
incluidas en los análisis neoclásicos. Al mismo tiempo, considerando la teoría
de la demanda, mediante la cual se intenta integrar las necesidades humanas
desde las cosmovisiones de los individuos. En este caso, pensadas desde las
necesidades culturales, hacia la autodefinición de personas dominadas por sus
propios intereses, beneficios y lucros.
Por otro lado, el pensamiento
ambiental alineado a la economía de la
vida real trata de resignificar y revalorizar las estrategias de
subsistencia de los grupos y culturas; de contrabalancear el peso de la teoría
económica convencional; y de apoyar la toma de decisiones, con el fin de hacer
justicia social y ecológica. Así, los términos riqueza y pobreza pierden
importancia frente a la necesidad constituida del ser humano de lograr cierta
equidad, comprendida como la satisfacción de necesidades sociales,
psicosociales, psicológicas, biopsicológicas y biológicas.
El pensamiento ambiental emergente
en los escenarios latinoamericanos avoca que es necesario reestablecer un orden
jerárquico natural, donde la economía debe estar al servicio de las necesidades
y aspiraciones se las personas, considerando los limites de la biosfera, donde
es determinante: no consumir los recursos
naturales a una tasa superior a la capacidad de reposición de la biosfera; no
consumir los recursos naturales no-renovables a una tasa superior a la creación
de sustitutos y; no contaminar a una velocidad mayor que la capacidad de
absorción de la biosfera.
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