domingo, 4 de mayo de 2014


ECOS DEL AMANECER


Por: Deborah Leal Rodrigues



1. Cambio de siglo, nueva era en el pensamiento ambiental

El Siglo XXI trae consigo la marca de un cambio de era, elemento que determina la revisión de los conceptos y la integración de visiones en nuevos paradigmas de pensamiento y ciencia que abordan directamente las realidades y sus procesos permanentes de reconstrucción. Desde nuestra experiencia, en los escenarios de las luchas de los movimientos sociales, se viene construyendo un pensamiento ambiental desde la praxis, que en si mismo, configura una expresión de un Humanismo Latinoamericano,  al considerar, al ser humano no como el centro, sino como parte de un continuum naturaleza-ambiente-seres vivos, en integración y con sus formas propias de adaptación a los diferentes ambientes.

El fenómeno contemporáneo se concretiza por la resignificación de culturas y saberes culturales, y por la necesidad de sobrevivencia y reconstrucción de toda la vida. Las visiones culturales pasan a ser el caldo de cultivo en el cual recursos y procesos del ambiente dejan de ser vistos y tratados, desde el poder e intereses económicos prevalentes, simplemente como integrantes de una cadena económica.

Es de esta forma que el pensamiento ambiental y el humanismo emergentes contradicen el concepto clásico de desarrollo como un fenómeno meramente económico, en el cual las posibilidades de futuro de una sociedad radican únicamente en la conquista de espacios crecientes de libertad, bienestar y participación democrática, fundamentados solamente en el crecimiento económico, entendido como un aumento constante en el producto per cápita.

En la década de 1970, la Alianza para el Progreso ganaría fuerza al reconocer la incapacidad de los países latinoamericanos para autoabastecerse y establecer intercambios con países extranjeros mediante las  exportaciones agrícolas, además de la insuficiencia para concentrar capital a fin de acelerar su autodesarrollo industrial. De ahí, la necesidad de la cooperación técnica y de los préstamos para el desarrollo del sector.

La modernización de la agricultura en los países latinoamericanos contribuyó, en gran parte, para la destrucción del ambiente y de los sistemas tradicionales de cultivo de los pueblos indígenas; además, para el endeudamiento de los países con el Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y Banco Mundial. Estos organismos financiarían gran parte de la investigación destinada a modernizar la agricultura. Las tecnologías agrícolas para los cultivos en América Latina serían desarrolladas al visar el máximo crecimiento económico, lo que se lograría más rápidamente por medio de la importación y adaptación de tecnologías de primer mundo.

Los pequeños agricultores y las minorías étnicas que formaron parte del proceso fueron llevados a la condición de microempresarios rurales. En los más diversos escenarios, las unidades productivas dejaron de atender, sosteniblemente, las necesidades reproductivas familiares, se rompió el diálogo con la naturaleza y esta se transformó en campo de monocultivos, cada vez más dependientes de las tecnologías y productos foráneos.

En este sentido, esta era una agricultura que no tomaría en cuenta los ecosistemas y sus límites; la degradación agroambiental y de los recursos naturales no era vista, propiamente, como un límite para la producción; es decir, sería una agricultura de bienes y servicios desarrollados por las industrias de la maquinaria y agroquímicos del primer mundo.

Este pensamiento y acciones para el desarrollo económico-céntrico provocó una disminución en la demanda de mano de obra por unidad de área, lo que favoreció los grandes éxodos rurales de las décadas de 1960-1980, la concentración de la tierra en latifundios, ya que el ciclo de endeudamiento y pérdida de la tierra por los pequeños campesinos se intensificó. Al mismo tiempo que, los Gobiernos trataron de reubicar a los desplazados en asentamientos campesinos, que, normalmente, no tenían tierras productivas. Además de que, los agricultores no dominarían las tecnologías tradicionales apropiadas para la región, siendo así vulnerables ante los cambios tecnológicos. Estos cerrarían el ciclo de pauperización de agricultores, ambiente y dependencia.

El uso de agroquímicos favoreció al sector industrial en las dos últimas décadas del siglo XX, y luego al sector financiero. Este sector, sin embargo, desarrolló tecnologías agroindustriales al margen de los límites de los sistemas ecológicos y agroecológicos locales y globales, lo cual provocó una reacción global tardía al Informe de Roma Los Limites del Crecimiento (1971), a la Conferencia de Estocolmo (1972), y a la publicación del Informe: Nuestro Futuro Común, de la Comisión Brundtland (1987).

Las diferentes imposiciones e injusticias provocaron el surgimiento de movimientos sociales que cambiaron los conceptos relacionados con la tenencia y producción de la tierra. No obstante, hasta la ECO-92 se publicó la Agenda 21, que reconoce como esencial la promoción de un nuevo modelo de desarrollo económico, cuya característica principal sea el respeto a la naturaleza. En este documento, la dimensión ecológica es abordada como condicionante de la sostenibilidad de la vida en el planeta, motivo por el cual no podría dejar de ser considerada en los procesos de crecimiento económico de los países.

Los nuevos conceptos relacionados al pensamiento ambiental parten de la resignificación de la importancia del entorno en que se vive; en esto se integra la idea de conservar una biosfera en peligro: La biosfera es la capa más nueva de planeta y depende de un delicado proceso de autorregulación y de equilibrio de fuerzas. Sus elementos son interdependientes y dependen de la energía que provee el Sol y otras fuentes cósmicas.

El ser humano en los últimos siglos -y principalmente en el siglo XX- ha subestimado la capacidad de autorregeneración de la biosfera y ha apoyado el desarrollo industrial y agrícola en la explotación de recursos naturales escasos, sobre todo los recursos energéticos; de esta manera, se aisló de la fuente de la energía solar, alterando el ciclo de estos recursos y sus relaciones con los demás elementos de la biosfera.

Uno de los elementos del pensamiento ambiental, que retoma la sostenibilidad, es el de desarrollo humano y ecológico, el cual plantea que los daños ambientales y la pobreza perenne producidos por los procesos de transformación, basados en el conocimiento científico y tecnológico convencional, así como la lógica que guía el pensamiento económico dominante, han generado progresivamente la pérdida de una doble armonía y una alteración básica en el orden jerárquico natural.

En este sentido, el pensamiento ambiental invita a la necesidad de desarrollar ciencias y tecnologías propias, a partir de principios ecológicos. Así como, a procurar construir conocimientos y formar personas que intervengan en la naturaleza para obtener los recursos y servicios necesarios, que faculten satisfacer las necesidades de sobrevivencia, sin deteriorar el potencial productivo de los ecosistemas.

Considerando que América Latina contiene aproximadamente 31% de toda el agua superficial, 46% de los bosques tropicales y 23% de los bosques del mundo y 10% de la tierra arable, es importante rescatar el potencial de uso y manejo sostenible de los recursos renovables ante los recursos no renovables. Fue hasta el desarrollo de la escuela de la economía ecológica -hace apenas algunas décadas-, cuando se incorporó el trabajo de la naturaleza como parte de la cadena económico-productiva. En la economía neoclásica, la naturaleza no existía más allá de ser la fuente de recursos primarios por ser procesados, siendo estos externalidades obviadas en los análisis económicos.

Pero dentro de la emergencia de un pensamiento ambiental latinoamericano, el desarrollo del enfoque de cadena de la economía ecológica, rápidamente pasó a considerar la producción de energía primaria de baja entropía en los ecosistemas; la fotosíntesis y;  la producción de biomasa; que pasaron a ser vistas como parte de un flujo energético, throughput, donde esta energía es transferida a la producción de insumos con valor de mercado y luego en desechos de baja entropía, que deben ser procesados por el ecosistema o reintegrados en la producción de energía y biomasa.

En seguida en concepto de economía de la vida real, pasaría a reconocer los flujos energéticos de los ecosistemas, donde se encuentran insertas las actividades económicas. En un esfuerzo conceptual por incorporar, en un marco analítico, las dimensiones de la realidad objetiva e intersubjetiva, que afectan el bienestar de las personas, que no han sido incluidas en los análisis neoclásicos. Al mismo tiempo, considerando la teoría de la demanda, mediante la cual se intenta integrar las necesidades humanas desde las cosmovisiones de los individuos. En este caso, pensadas desde las necesidades culturales, hacia la autodefinición de personas dominadas por sus propios intereses, beneficios y lucros.

Por otro lado, el pensamiento ambiental alineado a la economía de la vida real trata de resignificar y revalorizar las estrategias de subsistencia de los grupos y culturas; de contrabalancear el peso de la teoría económica convencional; y de apoyar la toma de decisiones, con el fin de hacer justicia social y ecológica. Así, los términos riqueza y pobreza pierden importancia frente a la necesidad constituida del ser humano de lograr cierta equidad, comprendida como la satisfacción de necesidades sociales, psicosociales, psicológicas, biopsicológicas y biológicas.


El pensamiento ambiental emergente en los escenarios latinoamericanos avoca que es necesario reestablecer un orden jerárquico natural, donde la economía debe estar al servicio de las necesidades y aspiraciones se las personas, considerando los limites de la biosfera, donde es determinante: no consumir los recursos naturales a una tasa superior a la capacidad de reposición de la biosfera; no consumir los recursos naturales no-renovables a una tasa superior a la creación de sustitutos y; no contaminar a una velocidad mayor que la capacidad de absorción de la biosfera.

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