jueves, 30 de abril de 2015

Foto: El biólogo Edward O. Wilson en octubre de 2007, durante un encuentro en la Universidad de Yale. (CC/Ragesoss)


El biólogo Edward O. Wilson en octubre de 2007, durante un encuentro en la Universidad de Yale. (CC/Ragesoss)




Si preguntásemos a los padres de cualquier joven que haya ingresado este año en la universidad por sus preferencias a la hora de que su retoño seleccionase una carrera u otra, la respuesta más frecuente que recibiríamos es, probablemente, que les gustaría que esta fuese capaz de proporcionar trabajo a su hijo. Ello, probablemente, implicaría una carrera de las llamadas de ciencias. Una ingeniería, algo relacionado con la informática o con la tecnología. En definitiva, algo que tenga que ver con el futuro y lo tangible, y no con lo abstracto y lo anticuado, como la filosofía o una filología o, aún peor, cosas de artistas como Historia del Arte o Comunicación Audiovisual.

No hay más que echar un vistazo a lo que está ocurriendo en la universidad americana para comprobar que es así. Como han publicado los medios estadounidenses, es la primera vez en sus casi 400 años de historia que la Universidad de Harvard cuenta entre sus alumnos con más estudiantes de ciencias –concretamente, de ingeniería y ciencia aplicada– que de humanidades. En concreto, la facultad de artes y humanidades cuenta con 746 matriculados, mientras que SEAS (Harvard’s School of Engineering and Applied Sciences) ha admitido a 775 estudiantes. Además, más de 800 jóvenes de las distintas ramas se han matriculado en el curso CS50 sobre Introducción a la Ciencia Computacional, que ha sido considerado ya como el curso de moda en las facultades americanas. Como explicaba el profesor de Harvard Harry Lewis, “la tendencia ha ido definitivamente en alza en todos los cursos de informática de los últimos cinco años”.


En dicho contexto, el biólogo ganador por dos veces del Premio Pulitzer Edward O. Wilson ha publicado su nuevo libro, The Meaning of Human Existence, en el que examina lo que hace al ser humano tan diferente al resto de especies animales. Nominado para el National Book Award de no ficción, el libro defiende, en el extracto que ha publicado The Huffington Post, la tesis de que son las humanidades, y no las ciencias, lo que distingue al ser humano. Y lo explica muy bien.

¿Qué pensaría un extraterrestre?

Pongámonos en la piel de un habitante de otro planeta que, en su exploración de otras galaxias, llegase a la Tierra, propone Wilson. Sin ninguna duda, se quedaría prendado de un gran número de nuestras obras y expresiones, pero estas probablemente no serían la ciencia ni la tecnología, sino lo que llamamos humanidades, es decir, la cultura, el arte, el pensamiento, la lengua… ¿Por qué debería mostrar interés en nuestra tecnología un ser que ha llegado hasta el punto de poder viajar a otros planetas? ¿Le interesaría el último modelo de iPhone? ¿Acaso la última aplicación para compartir coche? No, es la respuesta obvia. “No tenemos nada que enseñarles”, recuerda el biólogo. “Tened en cuenta que casi todo lo que puede llamarse ciencia tiene menos de cinco siglos”. Probablemente, todos nuestros adelantos les parecerían obsoletos.La diversidad cultural de la Tierra es nuestra gran herencia

Puede parecer un ejemplo improcedente, pero el también novelista recuerda que dichas hipótesis son una buena manera de poner en perspectiva nuestras consideraciones sobre el mundo que nos rodea. Otro buen ejemplo es el deEinstein, que por muy inteligente que fuese, y por mucho que cambiase la historia de la ciencia en su madurez, no habría podido enseñar nada a sus profesores de física cuando era un bebé. Esa es nuestra posición frente a un hipotético visitante del espacio. Tampoco estos se mostrarían especialmente interesados por nuestra fauna y flora, puesto que su tecnología les permitiría comprenderla al segundo. Y, sin embargo, sí hay cosas que podrían estudiar y aprender de nosotros, y es la cultura.


Las humanidades siguen siendo nuestra guía en la oscuridad, recuerda Wilson. (Corbis)

Como explica Wilson, a lo largo de los últimos miles de años unas culturas aparecieron, y estas dieron lugar a otras, y estas a muchas otras. Hoy en día, hablamos más de 7.000 lenguas –aunque muchas de ellas se encuentren enpeligro de extinción– y en cada esquina del mundo y a pesar del avance de la globalización existen distintos dialectos, prácticas económicas y sociales o creencias religiosas, a las que hay que añadir las que ya no existen pero se conservan en los libros de historia. “La evolución cultural es diferente porque es completamente el producto del cerebro humano”, explica el biólogo, que recuerda que para su conocimiento “hace falta un contacto íntimo con la gente y el conocimiento de incontables historias personales”. Siglos y siglos de investigación para entender milenios de historia. En definitiva, un pozo inagotable.

Por qué la tecnología no es tan importante

El autor aduce un puñado de razones por las que, aunque la tecnología deslumbre al urbanita del siglo XXI, en realidad no se trata más que de una situación temporal. “Los descubrimientos científicos y los avances tecnológicos tienen su ciclo vital”, recuerda. Es probable que pronto este empiece a ralentizarse cuando alcance un determinado nivel de desarrollo. Es más, el biólogo recuerda cómo ya ha comprobado que la tecnología necesaria para realizar un descubrimiento científico verdaderamente significativo se ha encarecido y ralentizado durante los últimos años.Promocionemos las humanidades, que son lo que nos hacen humanos, y no usemos la ciencia para hacer el tonto con el absoluto e inigualable potencial del futuro humano

Además, frente a la diversidad de la cultura, la tecnología y la ciencia son, por naturaleza, homogéneas y homogeneizadoras. “La ciencia y la tecnología serán las mismas en todas partes, para cada cultura civilizada, subcultura y persona”, recuerda. “Lo que seguirá desarrollándose y diversificándose hasta el infinito son las humanidades”. En el mundo globalizado, marcado por los grandes movimientos migratorios y los matrimonios interraciales, la variación genética entre poblaciones ha declinado, pero ha aumentado dentro de cada población y, por lo tanto, también en la raza humana.

En último pero no menos importante lugar se encuentra todo aquello a lo que el hombre tendrá que enfrentarse en las próximas décadas gracias al desarrollo de la ciencia. Pronto, gracias a la biotecnología, la nanotecnología y la robótica, podremos modificar el genoma de nuestros hijos o crear implantes cerebrales para mejorar nuestra inteligencia. Ahí es donde irrumpen, de nuevo, las humanidades, que son las encargadas de resolver los problemas morales, filosóficos y sociales que tales avances producen. “Promocionemos las humanidades, que son lo que nos hacen humanos, y no usemos la ciencia para hacer el tonto con esa fuente inagotable, el absoluto e inigualable potencial del futuro humano”, concluye el autor de la Nueva Síntesis.



















miércoles, 8 de abril de 2015

A tarefa monumental de Sociologia e Filosofia

Há sete anos, disciplinas se tornaram disciplinas obrigatórias no Ensino Médio após intervalo de quase quatro décadas


Por Cinthia Rodrigues





Os mais de 10 milhões de brasileiros que se formaram no Ensino Médio nos últimos sete anos levaram da escola algo que não foi oferecido a quem se formou nas quatro décadas anteriores: aulas de Filosofia e Sociologia. Com a missão generalizada de “ensinar a pensar”, as disciplinas ainda esbarram em dificuldades para efetiva implantação em sala de aula, mas especialistas, professores e alunos já visualizam frutos.


“Ganha-se sempre, mesmo que ainda haja necessidade de ajustar conteúdos e profissionais a formar”, diz a professora de Filosofia da Universidade de São Paulo, especializada na história da disciplina, Olgaria Chain Féres Matos. “Não há dúvida de que houve avanço”, afirma, na mesma linha, Juvenal Savian Filho, professor da Universidade Federal de São Paulo “Os problemas da nossa sociedade são grandes, mas certamente começamos a construir algo”, diz André Ricardo de Souza, professor de Sociologia da Universidade Federal de São Carlos.


A ênfase dos três aos resultados positivos se dá depois de uma longa lista de problemas que as disciplinas ainda têm a enfrentar. Só o fato de ser apresentada aos alunos no Ensino Médio, etapa que reúne os piores indicadores da educação brasileira em termos de evasão e aprendizado, já impõe um obstáculo a todos os conteúdos para adolescentes, mas Filosofia e Sociologia têm um histórico difícil a vencer.


As duas áreas foram banidas do currículo brasileiro em 1971, pela reforma educacional feita pelo regime militar. Antes disso, filósofos e sociólogos já estavam entre os primeiros perseguidos desde o golpe de 1964. Aulas que ensinassem os alunos a fazer as próprias análises por diferentes vertentes e questionar políticas eram consideradas afrontas e punidas. Como substituta, foi criada a Educação Moral e Cívica (EMC) com conteúdos de doutrina patriótica.


Até aí, muitas outras foram as áreas prejudicadas pela ditadura, mas Sociologia e Filosofia permaneceram afastadas das escolas por mais 20 anos depois da queda do regime. A redemocratização começou oficialmente em 1985. Em 1988 foi promulgada a atual Constituição, em 1993 a EMC saiu do currículo e, em 1996, a Lei de Diretrizes e Bases delineou novos direitos dos estudantes, mas Sociologia e Filosofia não apareciam como disciplinas.


Só a partir dos anos 2000, redes particulares e estaduais começaram a inserir os conteúdos na grade e, em 2008, foi instituída a obrigatoriedade por lei. “O intervalo de quase 40 anos fez com que a escola perdesse todas as referências de como os assuntos eram tratados. Teve-se que começar de novo, sem materiais atuais”, comenta Souza.


A primeira questão que se impôs foi o currículo. O Ministério da Educação não define exatamente o que deve ser ensinado, apenas orienta que o professor percorra temas que envolvem vida, cidadania e arte com base nas principais linhas de cada uma das disciplinas. Savian Filho acha que este é o caminho para escapar do “achismo”.


“Boa parte das reflexões têm elementos da atualidade ou dão base para se refletir sobre o momento atual, mas se não forem apresentadas as questões históricas e como cada filósofo em seu tempo tratou dos temas, corre-se o risco do debate livre. Isso não é Filosofia”, explica. Ele frisa que a análise histórica mostra que não existe o bem e o mal ou o certo e o errado, a não ser diante de contextos, análises e paixões que são do indivíduo que faz o julgamento.


Olgaria define sua área como “uma interrogação sem conclusão” e a missão da Filosofia como “abertura de espírito para entender que a verdade nunca está de um lado só”. Ela defende que todos os estudantes têm direito a conhecer o patrimônio do pensamento acumulado pelos principais pensadores que se conhece e saber também como cada corrente questionou as anteriores. “Aristóteles e Platão terão sempre que ser estudados, mas foram questionados por Descartes (1595-1650), que foi questionado por Kant (1724-1804). As questões são muito mais importantes.”


Em Sociologia, Souza defende o mesmo. As bases teóricas dos pais da disciplina, Karl Marx, Max Weber e Émile Durkheim e textos contemporâneos que sirvam de “instrumental teórico” para tratar da vida em sociedade e temas como religião, trabalho, cidadania, lutas de classes e política.


A tarefa é considerada gigantesca por precisar fazer contrapeso à mídia e ao reducionismo das redes sociais que parecem levar cada vez mais a uma divisão da população diante de qualquer assunto. “Ao mesmo tempo que isso comprova a necessidade de ensinar a pensar e fazer análises embasadas, não dá para ignorar o tamanho do desafio”, comenta o sociólogo.


Para Olgaria, pesam também os problemas sociais que impactam na Educação e aumentam a falta de base cognitiva e informação entre os alunos. “É muito difícil pedir a um adolescente que saia do senso comum quando ele, muitas vezes, ainda tem dificuldade básica de interpretação e lógica. Mas ainda assim é preciso atuar e dar alguma base teórica que os alcance”, diz.

Outro problema de ordem prática é a falta de professores com formação específica. Quando Filosofia e Sociologia voltaram para o currículo do Ensino Médio, a Coordenação de Aperfeiçoamento de Pessoal de Ensino Superior (Capes) informou que, mesmo somadas, as disciplinas só tinham metade dos cem mil profissionais da área necessários. Cerca de 70% dos professores que passaram a dar aulas tinham formação em outras disciplinas como História e Letras.

No ano passado, um levantamento do Tribunal de Contas da União feito em todos os estados, exceto São Paulo e Roraima que não permitiram a investigação, revelou que o porcentual havia se invertido. Atualmente 70% dos professores do Filosofia e Sociologia são formados em uma das duas áreas correlatas. Os 30% restantes, no entanto, ainda são uma parcela bastante grande.


O professor Renato Fialho Júnior, formado em Ciências Sociais pela Universidade Estadual do Rio de Janeiro quando as disciplinas ainda estavam longe do currículo, em 1991, afirma que a insegurança e os salários desviam o interesse de mais profissionais. Ele trabalhou por mais de uma década como com sociólogo pesquisador em um instituto de pesquisas e começou a dar aulas há 10 anos. Atualmente trabalha em três escolas de Nova Iguaçu, na baixada fluminense, com 18 turmas diferentes, a maioria de Sociologia, mas quatro delas de Filosofia.


“Por mim, dava aula apenas de Sociologia e em menos escolas”, comenta. Ele reclama que, desde a obrigatoriedade, a rede estadual do Rio de Janeiro previa duas aulas de cada uma das duas disciplinas nas três séries do Ensino Médio, mas, em 2012, houve redução no primeiro e segundo ano, que passaram a ter uma aula cada. “Antes eu podia completar minha carga com duas escolas. Três se optasse apenas por Sociologia. Agora, preciso de três com as duas disciplinas para chegar a 40 horas e, ainda assim, o salário de professor não é grande atrativo”, comenta.


Para ele, as discussões sobre reforma do Ensino Médio e agrupamento de disciplinas são um risco para as áreas específicas depois de tão pouco tempo de retorno. “Na campanha presidencial, quando os candidatos falaram no assunto, as primeiras matérias que visualizamos como sendo fundidas foram as duas”, afirma. Ele também reclama da reação dos governos a movimentos grevistas ou mesmo protestos de alunos capitaneados por profissionais da área. “Querem uma sociologia que não questione, seria estelionato.”


Mais uma vez, Olgaria vê na falta de compromisso com as áreas um exemplo da falta de olhar crítico sobre o sistema escolar. “Temos um excesso de conteúdos de Ciências Exatas que nunca serão usadas pela maioria das pessoas e raramente alguém questiona, mas a Filosofia lida com as questões da vida. Uma área que certamente tem feito falta à nossa sociedade”, reclama. “Engana-se quem pensa que esses temas são familiares, eles exigem reflexão profunda e embasada, mas depois serão úteis em todos os dilemas.”


O professor de Filosofia Antonio Kubitschek, de Taguatinga, Distrito Federal, pode considerar que obteve sucesso no despertar da reflexão. Ele ficou famoso por colocar em uma prova um enunciado que chamava a funkeira Valeska Popozuda de “pensadora contemporânea” para provar aos alunos como a mídia julgava sem análise. Meses antes, ele havia previsto que os jornalistas convidados para uma mostra cultural no Centro de Ensino Médio 3, em que trabalha, não viriam, mas o procurariam para falar da questão de prova.


Os estudantes viram o episódio ganhar repercussão nacional e pessoas sem qualquer informação sobre o caso cometerem julgamentos precipitados e cheios de erros. “Eu me divertia com os comentários nas matérias, mas eles começaram a ser tão ofensivos que acabei por responder”, conta Gabriel Guilherme Barros Magalhães, 19 anos, que foi um dos alunos a receber a responder a avaliação polêmica.


Ele escreveu um comentário de seis parágrafos em resposta a centenas em um site de notícias. “A matéria dada pelo professor Antônio tratava a respeito da Teoria do Desenvolvimento Moral. Eu não vou explicar isso aqui, pois acham-se no direito de julgarem um professor de Filosofia, creio eu que devem ter conhecimento a respeito do assunto. No entanto, um dos tópicos foi o dilema de Heinz, proposto por Kohlberg”, dizia parte do texto que seguia explicando o dilema (roubar ou não um remédio que salvaria uma vida e como cada resposta denota um nível de moralidade).


Ao final, concluía: “O que acontece nesta situação é o mesmo: ‘Não devia ter colocado a questão na prova pois é um professor e isso é errado’ é o nível convencional, terceiro estágio, pertencimento ao grupo. Quando suas respostas a isso, como adultos, deveriam estar no nível pós-convencional, destacando o conflito entre a ética profissional e o direito que cada pessoa tem de exercer a própria vida, ou no sexto estágio do nível pós-convencional. Mas, infelizmente, como diz Kohlberg, nem todos os adultos atingem este nível, devido à educação e vida que recebem, em condições diferentes”.


Gabriel afirma que a resposta poderia ter sido dada por qualquer colega e que as aulas costumavam motivar a sala e fazê-los pensar além do obvio. Este ano, ele presta vestibular para Letras, mas acredita que as disciplinas que mais o moldaram foram Sociologia e Filosofia. “Me considero uma pessoa melhor pelo que aprendi. Mais ponderada e com uma visão mais ampla e abertura para os argumentos. Não moldou minha escolha profissional, mas é parte do ser humano que sou.”


FUENTE:http://www.cartanaescola.com.br/single/show/491?utm_content=buffer2ec24&utm_medium=social&utm_source=twitter.com&utm_campaign=buffer

miércoles, 1 de abril de 2015

DESCOLONIZANDO LA ANTROPOLOGIA EN EL SIGLO XXI COMO UNA CIENCIA HUMANISTA


Hamer people in a village near Turmi in the Omo Valley of Southern Ethiopia - now at risk from a huge dam project and sugar plantations. Photo: David Stanley via Flickr (CC BY 2.0).

Spot the anthropologist? Hamer people in a village near Turmi in the Omo Valley of Southern Ethiopia - now at risk from a huge dam project and sugar plantations. Photo: David Stanley via Flickr (CC BY 2.0).


Anthropology is so important, all children should learn it


Marc Brightman
10th March 2015



Opening children's eyes to the wonders of cultural diversity, and the different ways of living sustainably in the world, ought surely to be a core aim of our education system.

Anthropology, the study of humankind, should be the first of all the sciences our children encounter, writes Marc Brightman, with its singular capacity to inspire the imagination, broaden the mind and open the heart. Moves to downgrade it in the education system by those who know the price of everything, and the value of nothing, must be fought off.



Anthropology has been in the news because its A-level, only introduced in 2010, is under threat.




This discipline has never been more important at a time of troubling intolerance in society, but it does far more than merely help understand ethnic diversity.




Anthropology includes biological, linguistic and medical fields as well as social and cultural ones, and is as much about human ecology as it is about the 'ecology of mind', to recall the title of Gregory Bateson's classic work.




I can remember when I was choosing what to study at University. I loved languages, literature, history and art, and I yearned to travel. But I had never heard of anthropology.




It was only later, as a student of English literature, that I read Lévi-Strauss's Tristes Tropiques and was spellbound by the story he told of his experience of the degradation of the environment by colonialism, and of the mental worlds of the Bororo and Nambikwara people, which were so close to having been obliterated.



Many of my students tell me similar stories of how they discovered anthropology by accident, and when I tell them about the anthropology A-level they say they wish they could have taken it at their school.




Anthropology is a key to ecology as well as culture




Lévi-Strauss's melancholy tone, expressed in the title of his book, comes from witnessing the erosion of both cultural and biological diversity. Rooted in older disciplines closer to the natural sciences, such as geography and biology, as well as in humanities and social sciences, anthropology is about human ecology, different ways of being in the physical world, and about sustainability - not just culture and identity.




It is good that the press has recently covered the well justified protests against the axing of the anthropology A-level before it has even been given a chance to take root (most schools still do not have the capacity to offer it). But the reports emphasise only the value of anthropology for understanding cultural difference.




Yes, it is true that anthropology can help us to understand and relate to different cultures, different ways of being in the world. It can certainly offer ways to educate people to become more tolerant of diversity. But anthropology is much more than this.




In the face of a global ecological crisis which most of the press fails to take seriously, the discipline also has much to offer. Anthropologists are well known for documenting traditional livelihoods, which are often sustainable adaptations to environments which would be difficult to live in without rich bodies of traditional knowledge and practice to draw upon.




As The Ecologist frequently reports, many indigenous peoples have a wealth of traditional knowledge, which is embedded in complex sets of practices that are compatible with, and indeed founded upon, long term ecological relations.




Anthropologists have been at the forefront of efforts to understand these practices and to bring them to the attention of the wider world. We show how people manipulate their environments to make them more productive, rather than depleting the resources that they find - examples of anthropogenic forest islands or dark earths are cases in point.




The myth of 'wilderness'




Land that is not intensively farmed is often all too easily labelled as 'wilderness', and incorporated into the economist's category of 'natural capital', inviting the naïve conclusion that by subjecting it to the laws of supply and demand it will find its true value.




But the value of land, as my work on REDD+ has shown, alongside many other anthropological studies, cannot be simply reduced to exchange value on the market, and attempts to do so can be severely harmful to people and to the environment.




My colleague at UCL, Jerome Lewis, has shown how the sharing economy of Mbendjele hunter gatherers in Congo-Brazzaville, and their intimate relationship with the forest, are invisible to neighbouring farmers, logging companies and conservation organisations, often leading to dispossession and abuse, as others have shown in this magazine.




In my own work, in collaboration with Brazilian scholars, I have shown how ownership plays a fundamental role in structuring social relations among native Amazonian peoples.




When states and extractive industrial actors make claims to land on the basis that it is not used - that it is terra nullius - they often do so in profound ignorance of both indigenous practices and indigenous property regimes. Anthropologists are often well placed to mediate in such cases.




Is the real problem that it's seen as 'subversive'?




The noises made by the Education Secretary about academic 'rigour' ring false as an excuse for axing anthropology, a discipline which at its best combines scientific precision with the critical awareness of the humanities.




Anthropologists also provide robust, evidence based critiques of the assumptions of policy makers and technocrats who offer tempting 'win-win' solutions to problems of sustainable development. Far too many well-meaning development projects do not take detailed account of situations on the ground, and fail in their objectives, with unintended and sometimes destructive consequences, both for the environment and for native inhabitants.




Perhaps for this reason anthropology is perceived as too subversive - it does indeed foster critical thinking that can be uncomfortable for those in power, especially in the hands of incisive and influential critics of the establishment such as David Graeber.




Successive governments have made claims to basing their policies on scientific knowledge. But the fact is that they usually only do so when it suits them, and scientific arguments are taken piecemeal to justify preconceived policy objectives.




The idea of natural capital has been enthusiastically taken up by policymakers from economists such as Partha Dasgupta, because it can be used to bolster a bold new rhetoric about launching a 'green economy', while in reality making few fundamental changes to business as usual.




The natural capital paradigm is not necessarily something to be rejected wholesale, but it must be recognised for what it is: a universalising discourse which has very particular historical origins in Western capitalism.




'Nature' is not an object, and is not separate from culture, for many peoples of the world. Indeed many of the 'natural' landscapes that conservation organisations try to preserve are the product of efforts over the centuries of indigenous peoples - the very peoples who are all too often evicted to make way for hunting lodges, plantations or 'carbon sinks' that only benefit the wealthy.




We should all study anthropology - beginning at primary school!




There is an increasing consensus among those involved in addressing the global ecological crisis that the natural sciences and economics cannot succeed without input from the arts, humanities and social sciences, as a recent conference at UCL resoundingly showed.




Anthropologists routinely deal with local and global phenomena, working at the interface of the arts and the sciences. We have something very important to contribute, and sometimes we are given this opportunity.




The director of the UCL Institute for Global Prosperity is an anthropologist (Henrietta Moore); an anthropologist, Steven Rayner, has served on the Intergovernmental Panel on Climate Change and the Royal Society's Working Group on Climate Geoengineering; and an anthropologist, Manuela Carneiro da Cunha, serves on the Intergovernmental Panel for Biodiversity and Ecosystem Services.




So anthropological knowledge is in demand, and not merely in the field of cultural identity. To limit the argument about the value of the anthropology A-level to identity politics does a disservice to the discipline.




Anthropology provides students at any level with the critical awareness need for key issues of our times, which are not just religion and ethnicity, but also global sustainability, biocultural diversity and environmental governance. It also gives an excellent preparation for the study of other, more established disciplines such as history, English literature or geography.




More anthropologists are needed in public life, and then the discipline will really influence society and the environment - and very much for the better.




Far from axing the anthropology A-level, the government should support its expansion into the school system at all levels. When I arranged for Nixiwaka Yawanawá of Survival to speak to my son's primary school in Oxford, he gave a basic anthropology lesson to a packed assembly of children aged from four years old upwards, and created a real sensation.




Parents and teachers, as well as children themselves, came to me for weeks afterwards to comment on what a powerful and inspiring experience it had been.




Opening children's eyes, from the earliest ages, to the wonders of cultural diversity, and the different ways of living sustainably in the world, ought surely to be a core aim of our education system.




Action: Sign the teachers' petition to save anthropology in schools.


Twitter: #SaveAnthropologyALevel

Marc Brightman is Lecturer in Social and Environmental Sustainability in the Department of Anthropology at University College London. Together with Jerome Lewis, he is co-founder and co-director of the Centre for the Anthropology of Sustainability.